Capítulo 1
Introducción
Las sociedades humanas tienen que trabajar para sobrevivir. Nuestro alimento, vestimenta y vivienda son producto del trabajo además de la crianza de la próxima generación, como cualquier padre lo sabrá. La sociedad es, ante todo, un esfuerzo colectivo para asegurar su propia continuidad.
Todos nacemos y somos moldeados por una sociedad ya estructurada en torno a tareas colectivas de producción, reproducción humana, y la reproducción de las relaciones sociales que lo permiten.
Las sociedades distribuyen a sus miembros en diferentes roles sociales y dividen sus horas activas entre distintas actividades. Algunas actividades, como alimentarse o vestirse, son puramente personales. Otras, como el cuidado de los infantes, cocinar para la familia, la agricultura o la industria benefician a otros. Los distintos tipos de actividades producen cada una un efecto útil: sexo-bebés, hornear-pan, albañinería-muros, etc. Para cada efecto necesitamos llevar a cabo una serie de movimientos corporales que interactúan con el entorno, con herramientas y con otras personas. Estos son los aspectos concretos de la actividad humana.
Pero desde el punto de vista de la sociedad como un todo cada actividad tiene otro aspecto más abstracto, dado que toda actividad es parte de la división del trabajo. Los cuerpos y las horas de cada individuo son los recursos fundamentales de la sociedad. Ambos son limitados. En un día, hay una cantidad limitada de personas vivas y sólo 24 horas, durante algunas de las cuales los cuerpos deben dormir. La división social del trabajo debe distribuir el tiempo disponible de todos los cuerpos entre las tareas necesarias para la supervivencia. Lo que se divide son las millones de horas humanas que componen el día de trabajo. Este es el aspecto abstracto de la actividad humana.
La división del trabajo combina un resultado concreto, cuerpos en particulares realizando acciones específicas, con la posibilidad abstracta de conseguir resultados diversos. La distribución de cuerpos realizando tareas puede variar. Tú o yo podríamos estar haciendo un trabajo distinto en seis meses, si las circunstancias hubieran sido distintas.
Para que exista una división del trabajo los cuerpos deben ser flexibles y capaces de realizar más de una tarea. Los humanos podemos hacer esto: podemos cambiar y aprender.
Los seres humanos no somos los únicos ni tampoco el primer animal social en la Tierra. Antes de que existieran nuestras ciudades, las termitas ya construían castillos, las abejas apartamentos y los topos laberintos bajo tierra. Las termitas son, en términos de biomasa y consumo de alimento, el organismo social dominante. Nuestra biomasa es de alrededor de 350 millones de toneladas (Walpole et al, 2012), mientras que la de las termitas alcanza unas 450 millones de toneladas (Sanderson, 1995).
Estas sociedades animales también tienen su división del trabajo. Las termitas obreras construyen torres tan altas en relación a su cuerpo como los rascacielos lo son para nosotros. Juntan madera, cultivan jardines de hongos bajo tierra y cuidan a sus infantes. Esta es una división del trabajo fluctuante, dado que la proporción de trabajadoras realizando diferentes tareas varía dependiendo de las necesidades de la colonia.
Las termitas tienen un repertorio de tareas limitado y su tecnología cambia sólo en escalas evolutivas, pero aún así puede considerarse una división del trabajo. Las terminas no aprenden nuevas tareas individualmente. Pueden aprender nuevas tareas como especie, pero cualquier tecnología que adopten o que hayan usado antes fue adquirida por el lento proceso de la adaptación genética.
Además de trabajadoras, en sus montículos se pueden encontrar otros tipos de termitas. Son una especie poliforme.
Hay termitas soldado con grandes mandíbulas, termitas reinas de gran tamaño y termitas padres de tamaño medio. Las termitas soldado no pueden trabajar. Su única tarea es defender el hogar de hormigas invasoras. Ellas bloquean los túneles con sus grandes cabezas, muerden a los intrusos y lanzan sustancias dañinas sobre ellos. Fuera de estas tareas no son productivas, no pueden juntar madera ni cultivar hongos, y dependen de las termitas obreras para alimentarse.
La termita madre o reina, que se asimila a una salchicha palpitante color amarillo, tan grande como el dedo de una persona adulta, tampoco puede trabajar. Pasa sus días postrada en una cámara segura, palpitando, siendo alimentada de hongos por las trabajadoras mientra pone huevos. Las actividades de la reina y las soldado son concretas: la reina pone huevos, las soldado defienden. No pueden realizar otras tareas si es necesario como las trabajadoras.
Al observar las sociedades de los insectos las personas no pueden evitar hacer analogías con nuestras sociedades. Los términos "obrero", "soldado" y "reina" son analogías obvias: una proyección de nuestra sociedad de clases sobre una sociedad distinta. Las personas usan el término "casta" para describir los distintos tipos de termitas como una clara analogía al sistema social ancestral de la India. Los cuerpos de las personas de distintas castas en la India son exactamente los mismos, pero es la presión social, en lugar de la presión física, la que los obliga a realizar tareas asociadas a su casta. Las castas indias, además, son hereditarias, mientras que los miembros de una casta en un nido de termitas, sean obreros o soldados, comparten los mismos padres.
Sin embargo, un punto en común entre las castas de las termitas y las de la India es que ambas impiden una división del trabajo flexible (Ambedkar, 1982).
Pese a que las termitas soldado no pueden realizar tareas de construcción y viceversa, tienen que existir mecanismos para regular las proporciones entre ambas castas. Muy pocos soldados durante una invasión de hormigas puede acabar con la colonia, pero más soldados de lo necesario resulta en demasiadas bocas que alimentar. En principio las proporciones de las castas pueden ser reguladas genéticamente manteniendo diferentes reinas poniendo huevos en proporciones variadas. Hay evidencia de que algunas colonias utilizan esta modalidad (Long et al, 2003). En este caso, aunque una sociedad de termitas no pueda regular del todo su división del trabajo, la selección natural provoca que tras una serie de generaciones de colonias la proporción de soldados y obreras se adaptan a las necesidades de la colonia.
Otra posibilidad es que las termitas usen feromonas para altrerar el desarrollo de los individuos en diferentes castas de acuerdo a la necesidad de la colonia (Long et al, 2003). Pese a que una termita madura no puede cambiar de casta bajo este mecanismo, la casta a la que una termita infante pertenecerá se decide más adelante en su vida, y de esta forma la colonia puede ajustar la composición de su fuerza de trabajo más rápidamente. Esto implicaría que existe más mobilidad ocupacional entre las termitas que incluso entre las sociedades de castas humanas.
¿Por qué prestar atención a estas diminutas criaturas con sus cuerpos grotescos?
Porque es más fácil reconocer aspectos familiares contemplando lo ajeno.
Las termitas y otros insectos sociales parecen ejemplificar perfectamente el comunismo. Los individuos actúan principalmente en el interés de la comunidad en lugar del interés propio. Las termitas soldado sacrifican sus vidas por el bien de la colonia. Si un agujero penetra la colonia, las soldado se lanzan sobre las hormigas invasoras mientras las obreras las dejan fuera de la colonia al tapar el agujero. Cuando las obreras terminan de tapar la pared, las soldado quedan atrapadas fuera. Las abejas obreras se lanzan en grupo y sin temor sobre las avispas. Muchas mueren por la picadura de la avispa, pero al cubrirla y agitar sus alas las abejas matan a la avispa de calor.
La superioridad de este estilo de vida comunista se evidencia por la posición dominante que ocupan los insectos sociales, particularmente las hormigas y termitas. Cualquiera que haya visto a estas criaturas no puede evitar sentirse impresionado por la completa dominación que un ejército de hormigas africanas ejercen sobre el territorio por el que marchan, el pánico que sienten los demás insectos locales y sus inútiles intentos de escapar antes de ser desmembrados por pequeños gladiadores que colaboran en grupos para acabar con un escarabajo o una cucaracha. Sus parientes lejanos, las termitas, ejercen una dominación más sutil pero incluso mayor sobre sus caminos ocultos. Refugiándose de los depredadores al interior de estas paredes, las termitas juntan tanta madera muerta para sus cuevas de hongos que dominan su ecosistema. Ningún otro animal terrestre, aparte de nuestro ganado doméstico, tiene más biomasa.
La solidaridad fraternal que existe entre los insectos sociales existe porque todos son miembros de la misma familia y comparten los mismos padres. Cuando una termita soldado se sacrifica está protegiendo a su especie directa, e indirectamente maximizando la supervivencia de sus genes. Pero si observamos estas comunidades desde otras perspectivas, podemos observar una imagen de despotismo, monarquía y explotación con obreros constantemente al borde de la rebelión.
Consideremos a las pobres abejas obreras. Genéticamente hembras pero desprovistas de poder concebir, trabajan durante todas sus vidas para una reina que es la única capaz de poner huevos. Son mantenidas en un estado de subordinación por las feromonas que emite la reina. Pero si se quitan estas feromonas, las abejas obreras se rebelarán. Nieh (2012) escribe: "después de que la reina es extraída del enjambre, comienzan a emerger larvas huérfanas con características rebeldes en las colonias de abejas melíferas. Una vez que alcanzan la adultez, estas huérfanas desarrollan glándulas alimenticias más pequeñas para producir comida para la colonia, y ovarios completamente desarrollados para producir su propia descendencia".
Hasta el descubrimiento de exoplanetas, imaginábamos a todos los sistemas planetarias como el nuestro. Pero ahora, contando con el conocimiento de su gran diversidad, la inmensa peculiaridad del sistema solar se ha vuelto aparente y se ha convertido en un gran problema para la ciencia.
Economistas contemporáneos tienden a eternizar no sólo las instituciones humanas, sino que las instituciones del capitalismo occidental contemporáneo. Antropólogos, arqueólogos y biólogos que estudian los organismos sociales nos revelan la gran variedad de formas de producción y reproducción de la vida social que existe. Ellos nos ayudan a cuestionar aspectos que los economistas dan por sentado.
El polimorfismo entre las termitas puede parecer irrelevante si no nos recuerda que nosotros tampoco somos monoformes. Somos dimorfes, con cuerpos masculinos o femeninos. Las diferencias entre humanos masculinos o femeninos no nos parecen tan grandes como las diferencias entre una termita reina o una termita obrera. Pero en realidad estamos poderosamente consciente de estas diferencias aun menores que tienen un impacto profundo en nuestra división social del trabajo.
Todas las castas de termitas son, en cierto sentido, discapacitadas: sólo las soldado pueden defenderse, sólo las aladas pueden volar, sólo las reinas pueden poner huevos y sólo las obreras pueden construir. Sus formas significan que entre ellas el potencial abstracto de la división del trabajo sólo ocurre a través de generaciones. Pero este no es el caso en los humanos: la mitad de los cuerpos permiten participar completamente en todas las tareas sociales. Las mujeres tienen una flexibilidad que las termitas no tienen: pueden realizar cualquier trabajo humano. Pero a diferencia de los insectos, nosotros aprendemos a realizar tareas durante nuestra vida. El gran desarrollo de la tecnología humana se debe tanto a esta habilidad para aprender y a la habilidad de transmitir habilidades entre generaciones.