¡Estás desquiciado! ¡Tienes alucinaciones! Te imaginas grandes cosas y te forjas todo un mundo de divinidades que existen para ti, un reino de espíritus al que estás destinado, un ideal que te llama. ¡Tienes una obsesión!

No creas que bromeo o que hablo metafóricamente cuando declaro radicalmente locos, locos de atar, a todos los atormentados por lo divino y lo celestial, a todos lo que dependen de “algo superior”, es decir, a juzgar por la unanimidad de sus votos, a poco más de la mitad de la humanidad. ¿A qué se llama, en efecto, una obsesión? A una idea a la que está sometido el hombre. Si se reconoce a tal idea como una locura, se encerrará a su esclavo en un manicomio. Pero, ¿qué son la verdad religiosa (una verdad de la que no puede dudarse), la majestad (la de los gobernantes por ejemplo, que no puede atacarse pues se cometería un crimen de lesa majestad) o la virtud (a la que la autoridad moral no tolera el menor ataque)? ¿No son tantas otras ideas obsesivas? ¿Y qué es, por ejemplo, ese loco palabrerío que llena la mayor parte de nuestros periódicos, sino el lenguaje de locos? Locos a quienes hechiza una idea obsesiva de la legalidad, de la moralidad, del cristianismo... Locos que no parecen estar libres más que por el tamaño del patio en que tienen sus recreos. Que se intente convencer a tal loco acerca de su obsesión, e inmediatamente habrá que protegerse el espinazo contra su maldad, porque esos locos de grandes alas tienen además esa semejanza con la gente así debidamente declarada loca: se arrojan rencorosamente sobre cualquiera que roce su obsesión. Roban primero las armas, roban la libertad de palabra y luego se arrojan sobre uno con las uñas. Que un pobre loco alimente en su celda la ilusión de que es Dios padre, emperador del Japón o el Espíritu Santo, o que un buen burgués se imagine que está llamado por su destino a ser buen cristiano, fiel protestante, ciudadano leal y hombre virtuoso, es exactamente la misma obsesión. El que no se ha arriesgado jamás a no ser ni buen cristiano, ni fiel protestante, ni ciudadano leal, ni hombre virtuoso, está esclavizado y sometido por la fe, la virtud, etc. Así como los escolásticos no filosofaban más que dentro de los límites de la fe de la Iglesia, así también los escritores amontonan volúmenes sobre volúmenes tratando el tema del Estado, sin poner jamás en duda la idea misma del Estado. Todos sus ídolos permanecen intocables en el altar, como las manías de un loco, y el que los cuestiona juega con fuego.

Digámoslo una vez más: ¡lo verdaderamente sagrado en este mundo no son sino un montón de ideas obsesivas!

¿Las posesiones son siempre obra del Diablo, o se puede estar poseído por fuerzas contrarias, como el bien, la virtud, la moral, las leyes o cualquier otro principio dogmático? Las posesiones diabólicas no son las únicas: si el Diablo nos jala de un brazo, Dios nos agarra del otro, por un lado está la tentación y el mal, y por el otro la gracia y el bien. Pero cualquiera sea la que opere, los poseídos no están menos sometidos por su fanatismo.

Pregúntense cómo se conduce hoy un hombre moral que cree haber acabado con la idea de Dios, un intelectual que rechaza al cristianismo como algo anticuado. Pregúntenle a ese hombre si alguna vez se ha cuestionado si la monogamia realmente es la naturaleza del matrimonio. Lo verán sobrecogido por un virtuoso horror ante la idea, ¿y de dónde le proviene ese horror? De que cree en una ley moral. Sin importar con cuánto fervor se levante contra la fe cristiana, él es igualmente cristiano en cuanto a la moralidad. La monogamia debe ser algo sagrado, y el bígamo cargará con el peso de su crimen. No se escudará ya en el cuarto o el noveno mandamiento, sino en tal o en cual artículo de ley. Y esto aplica también a los que claman que la religión no tiene nada que ver con el Estado. Que se trate de rozar los principios morales sobre los cuales reposa el Estado, que no es sino el principio de la fe, y se descubrirá en las personas más cultas a un inquisidor que envidiarían Krummacher o Felipe II.

Desde hace un siglo la fe cristiana ha sufrido innumerables asaltos, ha oído tan a menudo reprochar a su esencia sobrehumana el ser simplemente inhumana, que no dan tentaciones de atacarla. Y sin embargo, si se han presentado adversarios para combatirla, fue siempre en nombre de la moral misma. Así, Proudhon no duda en decir: “los hombres están destinados a vivir sin religión, pero la moral es eterna y absoluta.”




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